La proclamación del mensaje de Santidad con pasión y propósito
En este libro el autor, habla con claridad y sencillez de manera evangelística, anunciando el pensamiento Wesleyano; sobre un tema tan debatido como la Santidad.
Su intención es traer luz sobre un tema tan controvertido y discutido y lo que es peor poco aplicado (el ser un cristiano santificado). Arroja el viejo mito de ver al wesleyanismo como un movimiento acartonado y fuera de época; ya no solo apoyado en La Palabra de Dios sino también en el pensamiento de hombres que han tratado el tema, como son: Wesley, Samuel Rutherfor, Charles Colson y otros.
En toda la obra hace hincapié en lo sencillo de vivir una vida santa; para ello toma verdades complejas y las simplifica, toma como modelo la predicación de Juan Wesley, que unía el ser con el hacer, el comprender y el creer, además de la gran bendición de conjugar la gracia previniente con la obra Salvadora, regeneradora; coronando las vidas con la santificación de las mismas..
Previene del peligro que corren las iglesias cuando invitan al Espíritu Santo a actuar y luego lo hacen callar, es como invitar a una persona a nuestra casa y luego no dejarla hablar y que se mueva en medio de la misma.
Admitiendo que toda época ha sido difícil para vivir en Santidad, pero acentuando lo posible a través de experiencias propias y ajenas.
Los temas que abordan y que son parte del pensamiento wesleyano sobre la santificación son: el don de La Gracia, La Pasión Santa, La promesa transformadora de Dios, La angustia por nuestro pecado, El fuego purificador, La disposición de aprender, con el Espíritu Santo como maestro, La compasión, Una Conciencia Despierta, sin la cual no es posible una Santidad Social, la disposición del cristiano para servir al mundo.
Desarrolla ampliamente la historia de los Wesleyanos.
La Esperanza eterna que el Espíritu Santo coloca en el corazón de cada cristiano en cuanto a la salvación de la humanidad, el gozo de saber que Dios vence al pecado del mundo con cristianos investidos con el poder del Espíritu Santo.
Comentario: Mirta Barolo de Acuña
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